jueves, 17 de marzo de 2011

En busca de las ermitas perdidas II, la ermita de la virgen de Loreto.

En el  boletín anterior, comentaba la destrucción de dos polvorines en el año 1810, durante la Guerra de Independencia. Los artilleros habían elegido dos ermitas lejos del pueblo para guardar su pólvora y munición, que seguramente sería la capturada al ejército del general Dupont en la batalla de Bailén, de la que publicaré otro artículo en la próxima revista.

Gracias a las fuertes lluvias de este invierno y del pasado, se han encontrado por el campo restos de una antigua ermita denominada virgen de Loreto (Siglo XVI). Ha sido un trabajo arduo, ya que varias pistas falsas, me han hecho corretear casi todos los cerros aledaños al pueblo; una de ellas fue el llamado “Pozo Loreto” que se encuentra cerca del polígono la Fuenblanquilla. Ya cansado de dar “palos de ciego” le consulté al presidente de la asociación, Francisco Martínez Mejías, y este me habló de un censo del siglo XVIII, en el que se hacía mención a un “santero” que vivía como guardes de la ermita de Loreto al final de la calle Pozonuevo. En aquella época, era normal que viviese una familia como guardeses de una ermita, apareciendo más en ese censo.

Con esta información, investigué la fuente del chorro y el pilar, sin obtener ningún resultado. Poco tiempo después, recibí del vicepresidente, José María Abril, un documento de fray Cristóbal en el que hace un catálogo de las ermitas de Bujalance y su historia:

Ermita de nuestra señora de Loreto: esta fuera de la ciudad: fundola y cuidó de su fábrica Gonzalo Ruíz Teruel, con las limosnas de los vecinos, dio el sitio el consejo y cabildo, según costa de su archivo: tuvo principio el año de 1586.


Tras leer y reflexionar sobre este catálogo, decidí visitar a un antiguo aficionado a la detección de metales, y este me señaló en el mapa el lugar cercano al Pilar donde había encontrado balas de cañón. Efectivamente, mirando en el “Google Earth” comprobé como la prolongación de la calle Pozonuevo, ya camino, llegaba justo hasta el lugar indicado, conocido como el cerro de la campana, quizás haciendo alusión a la campana que tuvo la ermita, o al manto de la virgen, que se representa de forma acampanada. Así que una vez más me desplace y por fin encontré los restos de ladrillos, tejas, pedazos de cerámica vidriada y las consabidas balas de cañón; además el terreno cambia drásticamente de color, del marrón arcilla a un negro como de cenizas, lo que me hace suponer que sean restos de la explosión removidos por los arados.

Comentándole el hallazgo a nuestro compañero Francisco León, este me contó que ese olivar era de un familiar suyo y que un chatarrero les dejaba una cubeta, para llenarla de bolas de cañón y después venderlas a cambio de unos céntimos.

Próximamente, investigaremos sobre la localización de los restos de las otras ermitas desaparecidas, que tuvo en su día la ciudad de Bujalance.

Miguel Vilches Giménez
Tesorero de A.B.A.A.H.